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martes, 18 de enero de 2011

Clarice Lispector

"Pues ella estaba entregada a alguna cosa, la misteriosa infante. Nadie osaría tocarla en ese momento. Se la esperaba un poco grave, con el corazón apretado, velándola. Nada se podía hacer por ella sino desear que el peligro pasara. Hasta que, en un movimiento sin prisa, casi un suspiro, ella despertaba como un cabrito recién nacido se yergue sobre las patas. había retornado de su reposo en la tristeza.
Retornaba, no se puede decir que más rica, sino más afianzada después de haber bebido no se sabe en qué fuente. Lo que se sabe es que la fuente debía de ser antigua y pura. Sí, había profundidad en ella. Pero nadie encontraría nada de descender en sus profundidades -a no se la profundidad misma, como en la oscuridad se halla la oscuridad- Es posible que, si alguien prosiguiera más, encontrara, después de andar leguas en las tinieblas, un indicio de camino, guiado tal vez por un aleteo, por algún rastro de bicho. Y - de repente- la floresta.
Ah, entonces debía ser ése su misterio: ella había descubierto un atajo hacia la floresta. Ciertamente en sus ausencias era allí adonde iba. Regresando con los ojos llenos de blandura e ignorancia, ojos completos. Ignorancia tan vasta que en ella cabría y se perdería toda la sabiduría del mundo."

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